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¿Y ahora, qué hacemos con Donald Trump?

¿Y ahora, qué hacemos con Donald Trump?

Las elecciones en Estados Unidos han traído consigo un eco de la historia que resuena en México, donde un proyecto radical ha logrado prevalecer con un mandato respaldado por las urnas. A pesar de que en Estados Unidos la desconcentración del poder y las libertades son realidades que actúan como freno al presidente, se vislumbra un proyecto político que busca modificar el régimen democrático. Este proyecto ha logrado ganar la presidencia, el Senado y posiblemente la Cámara de Representantes. En este contexto, tanto en Estados Unidos como en México, se perfilan líderes decididos a transformar profundamente la política, invocando el mandato popular para justificar sus acciones.

La elección de Donald Trump representa para México un desenlace preocupante. Algunos podrían pensar que un presidente fuerte en Estados Unidos podría moderar los excesos de los líderes mexicanos, pero esta es una visión ingenua. La supuesta buena relación entre el expresidente Andrés Manuel López Obrador y el candidato triunfante no garantiza un ambiente de paz; más bien, es otro ejemplo de candidez política. El resultado de estas elecciones no es favorable para México, aunque sí lo es para la televisora que decidió apoyarlo en medio de la incertidumbre.

Trump dejó claro a la presidenta Claudia Sheinbaum, apenas horas después de su victoria, que utilizará los aranceles como herramienta para presionar a las autoridades mexicanas en temas de seguridad y migración, alineando estas acciones con los intereses estadounidenses. Es fundamental entender que los aranceles no solo son un medio para someter a otros países, sino que también generan ingresos que Trump utilizará para cumplir su promesa de reducir impuestos.

La relación entre México y Estados Unidos se ha deteriorado, y Trump no tratará a México como un aliado o socio comercial, sino como un país que necesita ser controlado. Desde su perspectiva, México ha abusado de la vecindad y de los acuerdos, especialmente porque las autoridades mexicanas han mostrado una falta de voluntad para combatir el crimen y controlar la frontera, lo que ha permitido el paso de drogas y migrantes ilegales. La violencia y la crisis en el sistema de justicia penal en México se convierten en argumentos en contra del país en el contexto de esta nueva administración estadounidense.

El gobierno mexicano ha optado por una respuesta predecible: por un lado, desestimar las referencias hostiles como parte de la campaña electoral, y por otro, anticipar una colaboración y entendimiento. La palabra “respeto” ha sido incorporada en el discurso de la presidenta, quien ha manifestado que hay respeto hacia Estados Unidos, aunque este no ha sido recíproco. Sheinbaum ha llamado la atención del embajador Ken Salazar por sus críticas a la reforma judicial en México y ha reiterado su reclamo por la intervención del gobierno estadounidense en el secuestro de “El Mayo” Zambada, lo que evidencia una clara desconfianza hacia las autoridades mexicanas.

Es crucial no perder de vista que Trump ganó la elección en gran parte debido al rechazo de la sociedad estadounidense hacia la migración ilegal, que afecta directamente a México. Muchos de los migrantes que cruzan la frontera son mexicanos, y desde la perspectiva estadounidense, esto les otorga el derecho de exigir que México se haga cargo de su repatriación. Este fenómeno plantea un problema monumental, no solo humanitario, sino también social y económico. La solución no radica en deportar a millones de migrantes a su país de origen, sino en encontrar una forma de gestionar su presencia en México. Sin embargo, el gobierno mexicano carece de la capacidad para manejar una situación de tal magnitud y complejidad, lo que hace imperativa una estrategia multilateral que incluya la intervención de la ONU, a pesar de que esta ha sido vilipendiada por el régimen obradorista. En este contexto, el canciller De la Fuente, por su experiencia, se convierte en una figura clave para diseñar una respuesta multilateral.

Estados Unidos necesita de México y de los mexicanos, pero bajo sus propios términos. La inseguridad, especialmente en relación con el narcotráfico, es una preocupación constante, así como la colaboración de las autoridades mexicanas con China, que convierte a México en un puente hacia el mercado estadounidense. Los migrantes ilegales son un componente esencial de la economía estadounidense y de su competitividad en el mercado global, aunque esto no implica una aceptación de la situación actual. Muchas de las empresas que se benefician de la relación comercial son estadounidenses que operan tanto en México como en Estados Unidos. Aunque se anticipan cambios, los intereses económicos de Estados Unidos prevalecerán, sin que les importe si estos ajustes benefician a los mexicanos.

En conclusión, la situación política en Estados Unidos y su impacto en México es un tema complejo que requiere atención y análisis. La historia parece repetirse, y las elecciones recientes han puesto de manifiesto la fragilidad de las relaciones bilaterales. La administración de Trump, con su enfoque en la seguridad y la migración, plantea desafíos significativos para México, que deberá navegar en un entorno cada vez más hostil y complicado. La capacidad del gobierno mexicano para responder a estas presiones será crucial en los próximos años, y la necesidad de una estrategia multilateral se vuelve más evidente que nunca.

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