Malas palabras muy buenas se refiere a la dualidad de las expresiones. Aunque algunas palabras son consideradas ofensivas, pueden tener un impacto positivo en ciertas situaciones.
# La Palabra como Poder: Un Homenaje a la Academia Alvaradeña de la Lengua
La Academia Alvaradeña de la Lengua se erige como un bastión cultural en el uso y la preservación del habla popular en México. Con orgullo, muchos de sus miembros, como el autor de estas líneas, han encontrado en esta docta corporación un espacio donde las palabras, incluso las consideradas “malas”, cobran vida y significado. Esta academia se funda en Alvarado, Veracruz, un lugar donde la riqueza del lenguaje se manifiesta no solo en la literatura, sino en la cotidianidad de sus habitantes.
El diploma que atestigua mi ingreso a esta prestigiosa institución está firmado por figuras emblemáticas de la literatura hispanoamericana como Salvador Novo, Camilo José Cela y Armando Jiménez, el célebre autor de “Picardía Mexicana”, una obra que simboliza la aceptación y celebración del lenguaje en todo su esplendor. Estos nombres no solo representan una herencia literaria; son testigos del valor que se otorga a la autenticidad del habla popular.
La Academia Alvaradeña se compone de escritores que atizan la chispa del ingenio y el genio mediante un uso ingenioso del lenguaje. Ellos son maestros en entrelazar la risa y el sarcasmo con expresiones que algunos podrían tildar de groserías, pero que, en realidad, revelan una profunda conexión con la cultura y la identidad mexicana.
El término “Alvaradeña” es un homenaje al lugar donde los giros y las expresiones del lenguaje tienen un reflejo vibrante. En Alvarado, las palabras son más que simples vehículos de comunicación; son herramientas de expresión, formas de arte que enriquecen las interacciones cotidianas.
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Uno de los relatos que ilustran esta idea tuvo lugar en un consulado mexicano en Europa. Un hombre llegó en busca de ayuda porque le habían robado su cartera. El cónsul, dudando de la sinceridad del hombre, le solicitó a su secretaria que indagara de dónde era. Al enterarse de que provenía de Alvarado, sentenció: “Entonces dígale que no hay dinero”.
Sin embargo, la respuesta del hombre no se hizo esperar. Con un léxico colorido y directo, empleó un insulto que puso a prueba el temple del cónsul, quien tras escuchar la respuesta, decidió que valía la pena ayudarle. Así, la palabra se convierte en un pasaporte: su uso desinhibido por parte de la gente de Alvarado abre puertas cerradas por prejuicios.
El humor de la lengua popular se nutre también de situaciones inesperadas, como el singular concurso de maldiciones que presencié en Alvarado. En esta curiosa competencia, los protagonistas eran pericos entrenados para decir maldiciones cotidianas. La cotorrita ganadora se había convertido en una estrella local, deleitando al público con una sucesión de insultos que reflejaban el modo en que en este pueblo se aborda el lenguaje. La habilidad de los dueños para enseñarles a sus mascotas a expresar a su manera lo que muchas personas piensan en silencio era simplemente admirable.
En Alvarado, frases como “hijo de puta” no se utilizan con la connotación ofensiva que se les atribuye en otros contextos, sino que se integra en la conversación cotidiana de manera natural y despreocupada. Un episodio gracioso que resuena en la memoria colectiva narra cómo un joven, tras que le lustraran los zapatos, fue a preguntar a una señora si era la madre del “hijo e’ puta”. Este tipo de situaciones exhibe no solo la peculiaridad del lenguaje alvaradeño, sino también la forma en que lo inusitado puede bertir la realidad en un chiste.
La expresión “hideputa”, de tradición castellana, es otro claro ejemplo de cómo la lengua ha evolucionado, y cómo se transforma su significado al ser adoptada en el contexto mexicano. Cervantes ya advertía que este término era tan común que no debía relegarse, y su uso se refleja incluso en el reconocimiento del coraje y la valentía en situaciones adversas. El lenguaje popular, entonces, se convierte en una celebración de lo humano, elogiando a quien se atreve a luchar, sin importar el riesgo que esto implique.
Actualmente, se ha vuelto tendencia incluir maldiciones en las notas periodísticas, una práctica que genera tanto críticas como defensores. Hay quienes argumentan que las palabras pronunciadas con sinceridad pueden añadir un matiz auténtico a la noticia, al igual que los desnudos en el cine: no deben ser censurados, pero deben ser empleados con conocimiento y precisión. Un campesino se negó a vender su mula a un cura porque, en su opinión, “no tenía el vocabulario necesario para hacerla andar”. Este chispazo de sabiduría subraya la profundidad que el lenguaje puede tener; no es solo la palabra, sino cómo se coloca en las interacciones humanas.
Por último, es imperativo recordar que no existen “malas palabras”. Cada palabra, por su mera existencia, posee un sentido, un lugar en el vasto tapiz del lenguaje. Una anécdota relatada por una señorita soltera que se quejó de un dependiente grosero en una farmacia subraya este punto. Este, a su vez, solo había estado cumpliendo con el deber de explicarle la ubicación correcta de un supositorio, revelando que, a veces, la intención detrás de la palabra es lo que marca su valor: el contexto transforma el significado.
La Academia Alvaradeña de la Lengua no solo celebra el uso de un lenguaje rico, ingenioso, y lleno de colorido, sino que también reafirma la necesidad de mirar más allá de las apariencias. Cada expresión tiene su razón de ser, y como académicos, debemos defender la diversidad lingüística que compone nuestra identidad nacional, porque en cada palabra reside la belleza de nuestra cultura.
Con este homenaje, reafirmamos nuestra conexión con las raíces del lenguaje, recordando que cada expresión, incluso las que algunos consideran impuras, encapsulan la esencia de ser mexicanos. ¡Larga vida a la Academia Alvaradeña de la Lengua!
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