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México parece abandonar la estrategia de “abrazos, no balazos”.

México parece abandonar la estrategia de “abrazos, no balazos”.

**CIUDAD DE MÉXICO – El giro de seguridad bajo la presidencia de Claudia Sheinbaum**

En los últimos seis años, México ha vivido en una continua controversia en torno a su estrategia de seguridad, que se basaba en “abrazos, no balazos”. Esta política, promovida por el expresidente Andrés Manuel López Obrador, buscaba evitar la confrontación con los cárteles de la droga, apostando en su lugar por programas sociales destinados a desincentivar la violencia y el reclutamiento de jóvenes por parte de estas organizaciones criminales. Sin embargo, la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia ha comenzado a marcar un cambio notable en la forma en que el gobierno enfrenta el implacable desafío del crimen organizado.

Desde su asunción hace un mes, la nueva presidenta ha enfrentado una serie de violentos enfrentamientos que sugieren un retorno a una postura más agresiva contra los cárteles, privilegiando el uso de la fuerza del ejército y de la Guardia Nacional. Fotografías de tiroteos y reportes sobre enfrentamientos incesantes han puesto en evidencia que el enfoque de “no balazos” puede estar cediendo terreno ante una estrategia más militarizada.

Este cambio de enfoque surge en un contexto donde los cárteles han evolucionado en sus métodos y operaciones. A diferencia de la guerra contra el narcotráfico que se intensificó entre 2006 y 2012, los grupos criminales actuales están más diversificados y han cultivado vínculos en el tráfico de migrantes, generando una sólida red de operaciones que incluye la utilización de reclutas extranjeros y adolescentes como parte de sus filas.

“Esto no se trata de dar abrazos a los delincuentes. Nadie ha dicho eso”, declaró Sheinbaum poco después de asumir el cargo, en un intento por mantener la ideología de su predecesor mientras se aleja de posturas que puedan percibirse como una tolerancia hacia la criminalidad. Ella señala que los abrazos son para los jóvenes vulnerables, en un intento de ofrecerles alternativas frente a una vida criminal.

No obstante, analistas de seguridad advierten que hay señales de un cambio de tono, aunque aún es incierto cuán lejos estará el gobierno de Sheinbaum de una estrategia exclusivamente basada en la confrontación. Falko Ernst, un especialista en el tema, ha afirmado que parece poco probable que el nuevo gobierno se arriesgue a una estrategia totalmente basada en la violencia, pero podría haber una mayor disposición para abordar “las manifestaciones más descaradas y atrevidas de poder” de los cárteles.

Este retorno a la confrontación armada ha tenido consecuencias devastadoras. En su primer día de mandato, hubo un tiroteo en Chiapas en el que el ejército abrió fuego contra una camioneta que creían pertenecía a delincuentes, solo para descubrir que transportaba migrantes; seis de ellos murieron y diez resultaron heridos. Eventos similares han ocurrido en otros estados, dejando un rastro de víctimas inocentes, incluidas personas que simplemente eran transeúntes.

Las cifras de mortandad son alarmantes. Durante su mandato, López Obrador había criticado a administraciones previas por resultados similares, donde los sospechosos eran eliminados en lugar de capturados. En un enfrentamiento reciente en Sinaloa, las fuerzas de seguridad mataron a 19 supuestos miembros de un cártel sin sufrir bajas. Este tipo de estándares también han suscitado críticas sobre la capacidad del gobierno para ejercer una fuerza letal de manera controlada.

Bajo la administración de Sheinbaum, también se ha visto un incremento en las detenciones de alto perfil y las extradiciones, lo que refleja un cambio desde el enfoque estricto de no confrontación de su predecesor. No obstante, el contexto actual plantea desafíos diferentes, ya que los cárteles han comenzado un nuevo capítulo en su historial delictivo, con un mayor involucramiento en el tráfico de migrantes provenientes de países lejanos que pagan altos precios por cruzar a Estados Unidos.

Los grupos criminales ahora combinan el tráfico de drogas con el contrabando humano, estableciendo este último como un negocio más lucrativo que el propio narcotráfico. Esto ha llevado a un aumento de violencia, pues estos cárteles emplean a migrantes como escudos humanos, aumentando el riesgo de que personas inocentes queden atrapadas en el fuego cruzado.

A esto se suma la militarización de la policía, un legado de la administración anterior que ha generado dudas sobre la efectividad de las fuerzas armadas al enfrentarse a situaciones de seguridad pública. Como han señalado diversos analistas, la Guardia Nacional no siempre está preparada para la cuestión del uso de la fuerza y, en muchos casos, inicia el fuego sin haber realizado las averiguaciones previas necesarias.

La transición hacia un enfoque más violento en la gestión del crimen organizado plantea una serie de interrogantes sobre la estrategia de seguridad en México y la capacidad de Sheinbaum para manejar una situación que ha cobrado múltiples vidas, afectando a la población civil y desatando una nueva ola de violencia.

Así, mientras el gobierno de Claudia Sheinbaum parece estar cambiando de dirección, el desafío de contener a los cárteles de la droga y a sus despliegues cada vez más sofisticados continúa de manera feroz. Con el trasfondo de un “abrazos, no balazos” que queda en el olvido, el futuro de la política de seguridad en el país se vislumbra incierto, y el riesgo para la ciudadanía se incrementa en un entorno marcado por la violencia desenfrenada.

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