Café Montaigne 317 aborda el daño profundo por falta de educación y librerías.
**La Degradación de la Vida Cotidiana: Un Análisis de la Postpandemia en México**
La vida se ha degradado a niveles nunca antes vistos ni padecidos. La famosa frase “todo tiempo pasado fue mejor” resuena con más fuerza que nunca en la actualidad. La cotidianidad se ha encogido, tornándose miserable y pobre, especialmente en México, donde las secuelas de la pandemia han dejado una huella profunda que podría tardar generaciones en sanar. Este fenómeno, que he decidido titular “Daño profundo”, es un reflejo de una realidad que nos obliga a reflexionar sobre el futuro que estamos construyendo.
La pandemia, sin duda, trajo consigo muerte y desolación. Sin embargo, los muertos ya no pueden hacer nada por nosotros; son los vivos, aquellos que aún respiramos, quienes debemos enfrentar el reto de reconstruir lo que se ha perdido. La frase de Eclesiastés 9:5, “nada saben”, se convierte en un recordatorio de que debemos dejar atrás a los que se fueron y enfocarnos en aquellos que aún tenemos la capacidad de cambiar las cosas. La vida, en su esencia, es un empuje constante hacia un mejor destino.
El daño que hemos sufrido es más profundo de lo que se puede apreciar a simple vista. El impacto psicológico de la pandemia se siente en cada rincón de la sociedad. La educación, un pilar fundamental para el desarrollo, ha sido gravemente afectada. Las nuevas generaciones están siendo moldeadas no por las enseñanzas de figuras como Televisa o TV Azteca, sino por el contenido superficial de las redes sociales y plataformas como Netflix. La cultura, que una vez floreció en librerías y museos, se ha visto desplazada por un entretenimiento vacío.
Aunque algunos espacios culturales han reabierto, la experiencia no es la misma. Los conciertos, el teatro y el cine intentan retomar su público habitual, pero el eco de la pandemia sigue presente. La educación en línea ha dejado a muchos estudiantes en un estado de ignorancia preocupante, y la falta de acceso a libros y recursos educativos ha hecho que la brecha de conocimiento se amplíe aún más.
La situación económica es igualmente alarmante. La pandemia ha dejado a muchas librerías y editoriales al borde de la quiebra. En Monterrey, por ejemplo, de las 35 a 40 librerías que existían, hoy solo quedan tres o cuatro. En Saltillo, la situación es similar, con apenas dos librerías abiertas. Este desolador panorama refleja una falta de interés por la lectura, donde los libros son considerados una “actividad no esencial”. Según datos de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (CANIEM), el año pasado se vendieron solo 89 millones de libros en un país con más de 126 millones de habitantes. Es una cifra alarmante que plantea la pregunta: ¿cuántos de estos libros realmente fueron leídos?
La cultura de la inmediatez y el entretenimiento superficial ha llevado a que la gente prefiera consumir contenido en plataformas digitales en lugar de invertir tiempo en la lectura. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha señalado que México se encuentra por debajo de la media internacional en ciencias, matemáticas y lectura, con la puntuación más baja desde 2006. En la última evaluación PISA, el país ocupó el lugar 51 de 81 naciones, un claro indicador de la crisis educativa que enfrentamos.
La degradación de nuestra vida intelectual se manifiesta en la forma en que consumimos información. Las “mañaneras”, los memes y el contenido superficial han reemplazado el pensamiento crítico y la reflexión profunda. La cultura del entretenimiento ha eclipsado la necesidad de una educación sólida y de calidad, llevando a una generación entera hacia la estulticia y la ignorancia.
En este contexto, es crucial que los vivos, aquellos que aún tenemos la capacidad de actuar, tomemos las riendas de nuestro destino. Debemos cuestionar el rumbo que estamos tomando y luchar por recuperar lo que se ha perdido. La reconstrucción de nuestra sociedad no será fácil y requerirá un esfuerzo colectivo, pero es un camino que debemos emprender si queremos evitar que las futuras generaciones hereden un mundo aún más degradado.
El daño profundo que hemos experimentado nos invita a reflexionar sobre nuestras prioridades y a buscar un cambio significativo. La cultura, la educación y el pensamiento crítico deben ser rescatados de la oscuridad en la que se encuentran. Solo así podremos aspirar a un futuro donde la vida cotidiana recupere su dignidad y riqueza, y donde el conocimiento y la cultura sean valorados nuevamente.
En conclusión, la pandemia ha dejado una marca indeleble en nuestra sociedad, pero no debemos permitir que este daño sea irreversible. Es el momento de actuar, de empujar esa carreta hacia un mejor puerto. Los vivos debemos ser los arquitectos de nuestro propio destino, y aunque el camino sea arduo, es nuestra responsabilidad luchar por un futuro más brillante y esperanzador. La historia nos observa, y es tiempo de que tomemos las decisiones correctas para restaurar lo que se ha perdido.
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