Los conflictos armados causan daños significativos al medio ambiente.
**El Día Internacional para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados: Un Llamado a la Conciencia Global**
El 6 de noviembre se conmemora el Día Internacional para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados, una fecha proclamada por la Asamblea General de la ONU en 2001. Este día busca crear conciencia sobre los daños irreversibles que los conflictos armados infligen al medio ambiente, efectos que trascienden fronteras y que afectan a las futuras generaciones.
La guerra y la destrucción del medio ambiente están intrínsecamente vinculadas. En situaciones bélicas, no solo se pierde la vida humana, sino que también se produce un daño ecológico devastador. Esto se vuelve evidente al recordar los trágicos eventos de Hiroshima y Nagasaki en 1945. La primera ciudad fue arrasada por una bomba nuclear que liberó la energía equivalente a 64 kilos de Uranio, generando una ola de calor de más de 4 mil grados. En un instante, entre 50 y 100 mil personas perdieron la vida, y la ciudad quedó desolada en un radio de 10 kilómetros.
Tres días después, la bomba lanzada sobre Nagasaki causó la muerte de entre 28 y 49 mil personas el mismo día de la explosión. Los efectos de la radiación se sintieron durante generaciones, con sobrevivientes que enfrentaron alteraciones genéticas y un aumento en enfermedades como leucemia y cáncer.
El Comité Internacional de la Cruz Roja ha señalado que el uso de armas nucleares no solo se traduce en una tragedia humana, sino que también altera de manera drástica el ecosistema. Los efectos de la radiación contaminan el agua, los suelos y los cultivos, poniendo en riesgo la salud de los animales y de las futuras generaciones.
Otro caso emblemático del impacto ambiental de la guerra se observa en la guerra de Vietnam, donde se utilizaron bombas incendiarias con napalm. Este combustible superinflamable no solo causó un sufrimiento inimaginable en la población civil, sino que también devastó ríos, mares y amplias áreas de bosques y selvas. Miles de animales murieron, y los ecosistemas tardarán décadas en recuperarse, si es que lo logran.
Si bien el desastre de Chernobyl en 1986 no fue causado directamente por un conflicto armado, sus consecuencias han sido igualmente devastadoras. Más de 38 años después, la zona de exclusión sigue siendo un lugar de desolación y contaminación, afectando gravemente a la flora y fauna local. Este incidente destaca la necesidad de considerar el medio ambiente en todos los aspectos de la política global.
La ONU ha reconocido la urgencia de proteger el medio ambiente en el contexto de su Agenda 2030, que incluye Objetivos de Desarrollo Sostenible enfocados en mitigar el cambio climático, reducir emisiones de gases de efecto invernadero, combatir la contaminación marina y preservar los ecosistemas terrestres.
Sin embargo, un informe de seguimiento de estos objetivos publicado en 2023 revela un panorama alarmante: la crisis climática se intensifica y las emisiones de gases de efecto invernadero continúan en aumento. Las olas de calor, sequías, inundaciones e incendios forestales son cada vez más comunes, mientras que el aumento del nivel del mar amenaza a comunidades costeras en todo el mundo.
Adicionalmente, la contaminación por plásticos en los océanos se estima en 17 millones de toneladas métricas y podría duplicarse o triplicarse para 2040. Este contexto ya de por sí crítico se ve aún más agravado por los conflictos armados.
De acuerdo con un reporte de la OCDE, los recientes bombardeos en Ucrania han causado daños severos al medio ambiente y a los recursos naturales. Bosques, ecosistemas terrestres y marinos han sido devastados, y el aire, agua y suelo del país se han contaminado con sustancias tóxicas. La destrucción de infraestructuras vitales, como refinerías y plantas químicas, ha tenido repercusiones que trascienden las fronteras, afectando a generaciones venideras.
Aproximadamente el 30 por ciento de las áreas naturales protegidas de Ucrania, que abarcan más de un millón de hectáreas, han sido impactadas por las actividades militares. Los residuos de municiones y escombros han filtrado sustancias nocivas al suelo, deteriorando la calidad del agua y afectando la salud pública.
En otro frente, el conflicto en Gaza ha dejado una huella de destrucción y contaminación. Según datos del Banco Mundial y Naciones Unidas, el ataque armado de Israel ha resultado en la muerte de miles de personas y en la destrucción del 66 por ciento de los edificios de la franja. Las emisiones de CO2 generadas por estos ataques superan las de 26 países en un año, lo que representa una devastación ambiental sin precedentes.
Recientemente, la organización Nihon Hidankyo, que representa a los sobrevivientes de las bombas atómicas de Japón, fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz. Este reconocimiento subraya la necesidad de reflexionar sobre el impacto de la guerra en el medio ambiente y de exigir un alto al fuego en regiones donde los conflictos siguen causando estragos no solo en la vida humana, sino también en el futuro de nuestro planeta.
La conmemoración del 6 de noviembre nos invita a todos a ser parte de esta reflexión y a actuar en defensa de nuestro medio ambiente. La guerra no solo destruye vidas, sino también el hogar que compartimos.
Es imperativo que la comunidad internacional se una para enfrentar estos retos, protegiendo nuestro medio ambiente y asegurando un futuro viable para las próximas generaciones.
*El autor es director del Centro de Educación para los Derechos Humanos de la Academia Interamericana de Derechos Humanos. Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH.*
Publicar comentario